“La vida solo se puede vivir peligrosamente; no hay otra forma de vivirla. Solo a través del peligro, la vida crece, alcanza la madurez. Uno tiene que ser aventurero, estar siempre dispuesto a arriesgar lo conocido por lo desconocido. Y cuando uno ha catado la dicha de la libertad y la temeridad, nunca se arrepiente porque entonces sabe lo que significa vivir en lo óptimo. Entonces uno sabe lo que es quemar la antorcha de su vida por ambos extremos a la vez. Un simple momento de esa intensidad es más gratificante que toda una eternidad de vida mediocre.” (Osho)
Navegando sin faros. A la deriva.
Amenazada y herida.
Sin caminos ni atajos.
Ésas eran las directrices de mi plan de vuelo…
Inquietante sensación la de querer aferrar la realidad, encadenarte a la tierra, pretendiendo asentarte, agarrar, mantener, no perder… No perder… En lugar de pensar en ganar.
Sin riesgos no hay avances.
Mis pies solo conocían el sendero del miedo.
Repitiendo caminos de lluvia, embotados, embarrados.
Sin principio ni final.
Una espiral de desasosiego y dolor, una lacra.
Ahí me movía yo, ahí danzaban mis días. En la más negra oscuridad.
Y de pronto una puerta se abre. Adivinas algo parecido a la ¿luz? Sí, debe de ser luz. Y no te atreves ni a mirar. Seguro que lo que hay más allá es dolor, otra oscuridad. Mejor me quedo aquí, mascando llanto y desesperanza. Tampoco se está tan mal… ¿A quién le importa
La vida es riesgo
“He decidido arriesgarme y probar, y he tenido suerte”.
“Es lo que ocurre siempre que arriesgamos”, me contestó él.
Cuando arriesgas, ganas.
Cuando arriesgas, estás vivo.
Porque la Vida es riesgo, inseguridad. Y la vida encuentra siempre su cauce, si arriesgas, si le permites que sea, que exista. Si le das la opción, solo ocurrirá lo que ha de ocurrir. Y siempre será bueno. No puede ser de otro modo.
Ése fue el primer aprendizaje de mi nueva vida, cuando un tsunami arrollador en forma de divorcio no deseado descompuso las estructuras de mi mundo.
Ahora, pasados ya unos años, recuerdo con cariño cuando, en medio del caos, fui muy valiente. Muy muy valiente. Me enfrenté a tres de mis miedos más feroces, esos que me privaron de muchas risas y libertades, esos que me estaban aniquilando tan lentamente. Los que lo mataron casi todo.
En aquel momento apenas era consciente de lo que estaba haciendo… Solo pretendía huir, por primera vez hacia adelante. Y LO HICE. Miré a esos miedos a los ojos, me perdí en las pupilas de la incertidumbre, lloré mares, dejé que el dolor me acunara… Y lo superé. Confieso que incluso me gustó verme tan radiantemente rota, recomponiéndome a mí misma. Me sentía más viva que nunca.
Luego vino la calma. Las palabras, las conexiones, la comprensión, la apertura… Y todo se precipitó. Y empecé a VER.
Un nuevo horizonte. Fascinante.
Arriesgué, a pesar de mis miedos, acompañada por mis miedos, y empezaron a llover regalos.
El amor como antídoto del miedo
¿Pero cómo conseguir fluir cuando te tiemblan las entrañas? ¿Cómo abrirle la puerta al miedo, invitarlo a pasar y dejar que sea tu maestro?
El temido miedo… Que bloquea almas y las marchita. Arranca los pétalos uno a uno, te quita el aliento, te arrebata el aire.
El miedo es inherente a la vida, no lo podemos eliminar. Sólo podemos comprenderlo, acogerlo sin juzgar, sin tensiones. Fluir.
Potenciar el amor y envolvernos de él, que crea, ensalza y amplía miras. El amor es nuestro aliado.
Y confiar… Que nuestras agallas pueden más que cualquier miedo.
El riesgo es vida. La vida es riesgo.
Abre las ventanas. Permite que el amor crezca y rebose. Abraza la realidad.
Arriesga. Ama con todas tus fuerzas. Y avanza.
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