Noche de primavera.
El mar rugía desesperado.
La soledad, densa, se me pegaba a la piel, apenas me dejaba respirar.
Las yemas de mis dedos dibujaban tu silueta en el viento. El calor de tu pecho irradiaba desde tu espacio, atravesaba las olas y la tierra, y lo sentía en mi regazo. Venía a mí, insaciable.
Te recordaba desnudo, presente. Sereno. Grandioso. Tu cuerpo caliente y risueño, buscándome, recorriéndome. Dándonos.
Estuve todo el día soñándote en mi cama. Te veía lamiendo mis heridas y besando mi piel sin pausa. Te anhelé durante toda la semana, estuve rogando un milagro de sol que me permitiera verte con calma, abrazarte, enredarme en tu pelo esa noche… Pero la vida es caprichosa y dispuso mares en la distancia. Mi piel te estaba anhelando y sabía que la espera iba a ser angustiosa y larga. Tanta ausencia…
Y supliqué a las nubes que te empujaran a mi lado, que te trajeran de vuelta a casa, que a mi cuerpo le urgían tus dedos, a mi pecho le faltaba tu abrazo… Que la vida era un triste letargo sin el sexo que me regalas…
Pasaron las horas y nada te devolvía a mí, pero mi mente no dejaba de pensarte. Imágenes de ti excitado, exaltado, maravillado, fantaseando, volando, orgasmando… Todas ellas haciendo eco en mis sienes, rememorando, volviendo, impregnando el atardecer de deseo.
Pero tu ausencia era palpable y terca.
Yo te pensaba
Y volviste a mí en forma de palabras que acariciaron mis sentidos y me encendieron. Mi imaginación captó tu mensaje y lo tradujo en sensaciones reales y obscenas, viniste a mí, desnudo, ardiente, directo.
Y mis labios no supieron pronunciar más frases.
Muda. Sedienta. Correspondida. Amada.
Volviste y me amaste en la distancia, siguiéndome de cerca me regalaste caricias de luna y orgasmos de tierra. Nos fusionamos y nos acompañamos en aquella tibia noche de primavera. El mar, a lo lejos, mecía nuestras almas. Y de fondo, perenne, inmutable, el deseo…
Nos amamos
Nos amamos. Y no hizo falta converger en un espacio y un tiempo. Conectamos nuestros cuerpos y disfrutamos, entregados, extasiados. Fueron horas de compañía en silencio. Y el sexo…
Sentí tus manos recorrer mis curvas y perderse entre mis piernas. Puro fuego… Derribando murallas de arcilla y tendiendo puentes de hiedra. Salvajes, terrenales, cuerpos amándose…
Y ya no estuve sola. Tu cuerpo latía conmigo, tan cerca… Estabas ahí… A pesar de los mares…
Lo deseaba con todas mis fuerzas y viniste a rescatarme, a darte. Un regalo…
Estremecida y frágil, aún con el orgasmo en la médula, caí rendida.
Sola. Completa.
Dulces y húmedos sueños…
Esa noche me hiciste el amor.
Mejor que nunca.
Sin tocarme.